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7 creencias que no favorecen a nuestros hijos.

Creencias comunes

Existen un número de creencias comunes en nuestra cultura interesantes de explorar. Evalúa si alguna de ellas vive en ti para evidenciarlo con el método de las 4 preguntas de un artículo anterior.



Número 1

Yo soy responsable por el comportamiento de mi hijo.

Esta creencia inhibe el desarrollo de su independencia y de su autoestima. Tu intención puede ser benevolente, pero el resultado que genera es que ellos duden de sí mismos. Las consecuencias del comportamiento de ellos debe terminar siempre en ellos, no en uno.


Número 2

Los niños deben comportarse como adultos.

Un niño a quien se le repite constantemente “¡no hagas esto!, ¡no hagas lo otro!” —cuando realmente no está haciendo nada que no sea natural para su edad—, experimentará los “no hagas” como una invalidación personal, en lugar de una instrucción paterna. El niño probablemente concluya: “Hay algo malo en mí; no puedo hacer nada bien. Entonces, ¿para qué me molesto en tratar de mejorar u obedecer?”



Número 3

Los niños deben controlar sus emociones.

Cuando un niño que se siente enojado, triste o alterado, y nuestra reacción es decirle: “No estés triste… no estás realmente enojado con tu amigo; eso no debería de hacerte sentir mal” o “No llores”, lo más probable es que llegue a la conclusión: “Hay algo malo en mi forma de ser; lo que siento no importa; no puedo confiar en mis sentimientos”.

Las consecuencias de las creencias formadas como resultado de la interacción con nuestros hijos generan creencias en las que ellos experimentan una limitación, en lugar de un potencial ilimitado.

Número 4

No podemos confiar en los niños.

Un niño que constantemente escucha a sus padres decir: “No puedo confiar en ti…”, concluye: “No soy de fiar”, “Equivocarme es malo”. El niño que no puede decidir por sí solo qué es lo mejor para él, vive con inseguridad, pues cree que probablemente eche a perder las cosas si alguien no le dice qué hacer y cómo hacerlo.


Número 5

Yo soy el jefe.

Una creencia especialmente perjudicial en la crianza es: “Lo hacemos como yo diga porque yo soy el papá”. En otras palabras, “yo soy el jefe, sólo porque soy el papá o la mamá.” Durante un día un hijo puede preguntar: “¿Me puedo comer una botana?”, “¿puedo invitar a un amigo?”, “¿puedo ver la tele?” y no hay objetivamente una respuesta correcta para estas preguntas. La respuesta es arbitraria. Algunas veces a la misma pregunta das una respuesta, otras das una distinta. ¿Por qué una o la otra? A lo mejor por cómo te sientes en ese momento. O, aunque pienses que tienes un motivo, se puede argumentar igual de bien con otra respuesta.

Si tu hijo te desafía y te pregunta: “¿Por qué?”, puede ser que tú contestes: “Porque yo soy tu papá (o tu mamá)”.

Cuando nos damos cuenta de qué respondemos con el fin de sentir nuestra autoridad, es más efectivo decir: “No pienso que tengo una mejor respuesta a esa pregunta que tú”. “¿Tú qué crees? ¿Por qué piensas eso?” Lo importante es no anular al niño, pues, ¿qué conclusión formarían los niños si lo que quieren es anularlo con frecuencia y sus padres inhabilitan sus juicios? Cuando preguntan: “¿Por qué no puedo?”, y escuchan a sus papás contestar: “No necesito darte una razón, soy tu mamá (o tu papá)”, el niño puede pensar: “Lo que yo quiero no es importante. No tengo control sobre mi vida. Yo no importo; las razones no son importantes; sólo el poder es importante”.


Número 6

Mi trabajo como padre es tener resultados con mis hijos.

Esta creencia, probablemente más que ninguna otra, roba a mucha gente la alegría de ser padres y propicia que sus hijos desarrollen creencias negativas. Muchos padres creen que lo mejor en cualquier interacción con sus hijos es lograr algún resultado en específico: terminar el libro que leen, cepillarse los dientes, jugar siguiendo las reglas, vestirse, comer, etc. Dicha creencia probablemente está acompañada con la que dicta: “Un padre exitoso es el que logra que sus hijos lo obedezcan y den resultados”.

La mayoría de los padres consideran que el mayor premio es que le digan: “Tu hijo se porta muy bien”. Muchas frustraciones experimentadas por los padres surgen cuando su hijo quiere hacer algo diferente a lo que el padre quiere que haga.

Si el objetivo es que sus hijos tengan un comportamiento específico y que cumplan con ciertas tareas, están condenados al enojo, pues, en general, los niños no cooperan de la manera en la cual esperamos. Esto proviene de la suposición, por ejemplo, de que cepillarse los dientes es limpiarse los dientes; que jugar es seguir las reglas; que leer un cuento es terminarlo. ¿Por qué? ¿Quién dice que eso debe de ser así? Tú decides. Los niños no tienen las mismas expectativas ni los mismos estándares que los adultos. Si sueltas creencias limitantes, la frustración desaparecerá.


Número 7

Yo tengo el poder.

Probablemente la creencia más común entre padres, la que destaca por encima de las demás, es: “Los papás tienen el poder de determinar cómo es y cómo será la vida de sus hijos”. Piénsalo. Tus acciones y tus declaraciones influyen o modelan tu comportamiento frente a tus hijos.

A veces pensamos que cuando les enseñamos modales en la mesa, buenos hábitos de estudio, a mantener limpio su cuarto, a cómo deben relacionarse con los otros, tenemos un impacto valioso y verdadero en su educación.

El problema es que esto se queda en la superficie, aunque aprendan a comportarse en la mesa y tengan buenos hábitos de disciplina. En el fondo, el gran impacto al crecer no va en función de lo que aprendieron y sintieron cuando eran niños; sino en función de las creencias que se formaron en la niñez. En otras palabras: tratar de controlar su comportamiento o sus creencias, produce un ambiente poco funcional en el que el niño no encuentra su individualidad.


Por el contrario, los padres tienen el trabajo de modelar aquellos atributos para que tengan valor como individuos; más aún, deben darse cuenta de que son responsables de crear un ambiente en el que los niños sean propensos a formar un autoestima y un sentido de la vida positivo; saber, sin importar lo que hagamos, que no es posible controlar las decisiones que tomen en un momento dado, ya que será parte del camino de su vida.



Llamas, Alejandra. El arte de educar: Técnicas de coaching para guiar a nuestros hijos (Spanish Edition) . Penguin Random House Grupo Editorial México. Edición de Kindle.

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